Nos enfocamos mucho en la situación, momento y/o circunstancia idealizada que nos olvidamos de cómo nos está haciendo sentir realmente esa decisión, y qué tan dispuestos estamos para vivirlo de esa manera.
Nos aferramos a los planes iniciales, a la percepción de lo que creíamos sería, que nos perdemos a nosotros en el trayecto por lograr un objetivo.
No podemos controlar todo a nuestro alrededor, ni a lo que otros puedan pensar ni ser.
Es válido que los demás no respondan ni llenen nuestras expectativas, es válido reconstruirse después del derrumbe.
Aprender a desprendernos del concepto inicial, lo que idealizamos en un comienzo para entender que no era lo esperado y cambiar de dirección.
Nuestra vida es la respuesta constante a nuestras interrogantes y a lo que venimos arrastrando, siempre es necesario detenerse y observar qué es lo que estamos viviendo y con quiénes a nuestro alrededor.
Necesario hacer las paces con quienes nos lastimaron en el pasado para entender y soltar aquello que nos ata al dolor.
Agradecer todo lo que se quebró, lo que no se aterrizó y ya no sucedió más, para poder ver los caminos que el derrumbe ahora nos pudo mostrar.